Una vez que tuvieron la tierra los dioses para descansar, se posaron sobre ella y la disfrutaron alegremente sin remordimientos, ni penas. La felicidad duro hasta el día en que se dieron cuenta de que algo faltaba sobre esa tierra gris, extensa e infinita. Se percataron de que todo era oscuridad, y no era posible mirarse el uno al otro, ni las miles de cosas que ahora existían, así que decidieron volver a reunirse para plantear esta necesidad y decidir lo que habrían de hacer. En este segundo encuentro, los dioses se preguntaron ¿De que forma lograremos esclarecerlo todo, de que manera lograremos tener luz? De entre ellos, una segunda mujer se abrió paso, y dijo con firmeza, yo les daré la luz. Los dioses, por segunda vez dudaron y le preguntaron si ella sería capaz de hacerlo. Ella sin decir palabra, se elevo, colocándose por encima de la tierra y convirtiéndose en un precioso satélite de luz ambarina y difusa al que le llamamos luna.
De esta manera, los dioses tuvieron finalmente una tenue luz, que bañaba todos los objetos sobre la faz de la tierra, y que les permitió conocer sus rostros blancos y descoloridos; sus cuerpos grises y esmirriados. Los dioses estuvieron contentos durante algún tiempo, pero poco a poco se dieron cuenta de que la luna, provocaba nevadas, lluvias y sobre todo frío. Hubo necesidad de una tercera reunión, en la que se discutió la posibilidad de lograr el calor. Pensaron en otro dios que hiciera posible la luz total y el calor que tanta falta les hacía. Mientras los dioses discutían quien habría de sacrificarse de entre ellos para crear el calor y la luz, a la distancia les sorprendió una enorme y cegadora llama, que a medida que se aproximaba iluminaba todo cuanto había en derredor y les contagiaba de una placentera sensación de calidez. Cuando estuvo cerca, entornando los ojos pudieron descubrir la figura de un cuerpo en el centro de la llama misma. Era el hijo del dios fuego, que había sido enviado por su padre, para conseguir alimento, leña y troncos secos con los cuales alimentar su hambre infinita.
Al verlo los dioses, pensaron atraparlo, pero era imposible sujetar a tan escurridizo personaje, que divertido, dejaba que sus lenguas de fuego, se cebaran sobre las esmirriadas y blancas superficies de los dioses. Después de infinitas quemadas, desistieron los dioses de su propósito. Una estrella que desde el infinito les contemplaba, les pregunto a los dioses que sucedía a lo que ellos respondieron con tristeza, que no podían atrapar al fuego, y que les era tan necesario para tener luz y calor. Ella les dijo que ella podría hacerlo, y vertiginosamente se lanzo desde el espacio sobre el fuego, derribándole de forma sorpresiva. Los dioses se acercaron sobre el fuego derribado, descubriendo un anciano, con su bordón adornado con plumas de águila y flechas. Al intentar sujetarlo, el anciano, se convirtió en una enorme águila que se lanzo presta en rápido vuelo, los dioses tras ella lograron darle alcance, pero al derribarla sobre la tierra, esta se transformó en feroz tigre que de un vigoroso salto de desembarazo de todos ellos, iniciando una veloz huida, los perseguidores tenaces consiguieron acorralar al tigre al pie de una escarpada montaña, pero ante sus ojos se transformo en huidiza serpiente que, aprovechando una leve fisura entre las rocas logró escabullirse de nueva cuenta. La persecución que los dioses hacían del fuego, y la transformación de este incontables animales se volvió infinita, hasta el punto que uno de los dioses, más sabio y perspicaz que los otros, adivinando la necesidad primordial del fuego, le llamó dulcemente, prometiéndole que si se sometía a sus deseos, le entregaría comida por siempre, para que jamás tuviese hambre, ni tuviese que trabajar para procurársela el mismo. Solo entonces el fuego se dejo atrapar y desde entonces los dioses tuvieron el calor y luz con los cuales vivir una vida buena, y el fuego obediente desde entonces, se deja consentir mansamente en sus hogueras. Sin embargo, de vez en vez, cuando molesto o caprichoso por algún desdén u olvido, deja sentir su enorme poder arrasando bosques, pueblos, ciudades y vidas, con un hambre y violencia increíble, para que dioses y hombres entiendan que existe un compromiso.
De esta manera, los dioses tuvieron finalmente una tenue luz, que bañaba todos los objetos sobre la faz de la tierra, y que les permitió conocer sus rostros blancos y descoloridos; sus cuerpos grises y esmirriados. Los dioses estuvieron contentos durante algún tiempo, pero poco a poco se dieron cuenta de que la luna, provocaba nevadas, lluvias y sobre todo frío. Hubo necesidad de una tercera reunión, en la que se discutió la posibilidad de lograr el calor. Pensaron en otro dios que hiciera posible la luz total y el calor que tanta falta les hacía. Mientras los dioses discutían quien habría de sacrificarse de entre ellos para crear el calor y la luz, a la distancia les sorprendió una enorme y cegadora llama, que a medida que se aproximaba iluminaba todo cuanto había en derredor y les contagiaba de una placentera sensación de calidez. Cuando estuvo cerca, entornando los ojos pudieron descubrir la figura de un cuerpo en el centro de la llama misma. Era el hijo del dios fuego, que había sido enviado por su padre, para conseguir alimento, leña y troncos secos con los cuales alimentar su hambre infinita.
Al verlo los dioses, pensaron atraparlo, pero era imposible sujetar a tan escurridizo personaje, que divertido, dejaba que sus lenguas de fuego, se cebaran sobre las esmirriadas y blancas superficies de los dioses. Después de infinitas quemadas, desistieron los dioses de su propósito. Una estrella que desde el infinito les contemplaba, les pregunto a los dioses que sucedía a lo que ellos respondieron con tristeza, que no podían atrapar al fuego, y que les era tan necesario para tener luz y calor. Ella les dijo que ella podría hacerlo, y vertiginosamente se lanzo desde el espacio sobre el fuego, derribándole de forma sorpresiva. Los dioses se acercaron sobre el fuego derribado, descubriendo un anciano, con su bordón adornado con plumas de águila y flechas. Al intentar sujetarlo, el anciano, se convirtió en una enorme águila que se lanzo presta en rápido vuelo, los dioses tras ella lograron darle alcance, pero al derribarla sobre la tierra, esta se transformó en feroz tigre que de un vigoroso salto de desembarazo de todos ellos, iniciando una veloz huida, los perseguidores tenaces consiguieron acorralar al tigre al pie de una escarpada montaña, pero ante sus ojos se transformo en huidiza serpiente que, aprovechando una leve fisura entre las rocas logró escabullirse de nueva cuenta. La persecución que los dioses hacían del fuego, y la transformación de este incontables animales se volvió infinita, hasta el punto que uno de los dioses, más sabio y perspicaz que los otros, adivinando la necesidad primordial del fuego, le llamó dulcemente, prometiéndole que si se sometía a sus deseos, le entregaría comida por siempre, para que jamás tuviese hambre, ni tuviese que trabajar para procurársela el mismo. Solo entonces el fuego se dejo atrapar y desde entonces los dioses tuvieron el calor y luz con los cuales vivir una vida buena, y el fuego obediente desde entonces, se deja consentir mansamente en sus hogueras. Sin embargo, de vez en vez, cuando molesto o caprichoso por algún desdén u olvido, deja sentir su enorme poder arrasando bosques, pueblos, ciudades y vidas, con un hambre y violencia increíble, para que dioses y hombres entiendan que existe un compromiso.
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