Cuentan los chamanes de mi pueblo que hubo un momento en la vida de los hombres en que todo estuvo tan tranquilo y perfecto sobre la tierra que las gentes se entregaron a los placeres y los goces de la vida, en perjuicio de la memoria de sus dioses. Cuentan también que había por aquel entonces un hombre que se dedicaba a labrar la tierra, a quien todos conocían como Watakame, que significa hombre desmontador o labrador de la tierra. Fue él, el elegido por los dioses para construir la canoa, en que se salvarían los hombres y su mundo, del peor diluvio de todos los tiempos.
Watakame era un personaje apartado y misterioso, excesivamente trabajador y comprometido con su oficio. Cosecha tras cosecha ampliaba infatigable su parcela, desmontando el bosque circundante. Acostumbraba salir a trabajar muy temprano y una vez en su parcela unas pocas palabras mágicas bastaban para que cada uno de sus diez dedos se convirtiera en un fiel y tesonero ayudante. Todo en su pequeño mundo marchaba bien hasta el día en que llegó a las márgenes de su predio y se encontró con que los árboles que había tumbado la jornada anterior estaban de nueva cuenta en pie. Se rasco la cabeza, desconcertado y sin decir nada se avoco con sus diez ayudantes a cortarlos otra vez.
Regresó a su casa bien entrada la tarde y después de comer se durmió profundamente, sin soñar absolutamente nada. La siguiente mañana despertó cuando el sol apenas se desperezaba tras las montañas y al igual que cada uno de los días de su vida se dirigió a su trabajo. Se encontró por segunda vez que todo se había levantado y pensó: -Esto esta muy raro. Su vida había sido siempre tan regular que nunca había tenido que pensar con detenimiento en ninguna situación como esa.
Revisó cuidadosamente el lugar, para cerciorarse que no se había equivocado de sitio. Cuando finalmente se rindió ante la contundente evidencia, se recostó bajo la sombra de un esplendido mezquite para clarificar sus pensamientos.
Un par de horas desgranaron sus segundos hasta que finalmente un idea cruzó brillante por su cerebro. Voy a averiguar qué es lo que está pasando, me voy a quedar a espiar y así lo hizo. Ese día trabajo más arduamente que cualquier otro día de su vida y cuando la tarde se fue muriendo entre los jilotes y las mazorcas de su sembradío, no fue a su casa. Se escondió entre los arbustos y esperó para ver qué sucedía. Jamás en su vida había tenido que esperar por nada, todo llegaba exacto en su momento y su vida era tan perfecta como la de un reloj. No habían pasado diez minutos cuando ya estaba desesperado y todo le molestaba en derredor suyo. De repente de entre la nada apareció una anciana con un bastón, se paró en el centro de los árboles recién derribados, levantó su bastón y apuntó hacia los cinco puntos cardinales: Hauxamanakaa, Cerro Gordo, Durango. (norte); Xapawiyeme, Chapala, Jal. (Sur); (Wirikuta) Real de Catorce, S. L. P. (este) (Tatei Haramara) San Blas, Nay. (Oeste) Y el centro (Teakata) Una vez que la anciana hubo terminado de levantar su bastón en todas esas direcciones, todas las plantas y árboles cortadas durante la faena, regresaron a su lugar. Al ver esto, Watakame enfurecido, salió de donde se escondía con su machete en la mano dispuesta a acabar con la vida de la indolente anciana. Cuando ella le vio acercarse, con su brazo le indicó detenerse y le dijo:
-Watakame, todo tu trabajo aquí es estéril, porque el fin del mundo se acerca. Yo soy Nakawe, él espíritu de la diosa tierra y de la fertilidad. Estoy aquí para anunciarte que eres el elegido para salvarse y ser el creador de la futura generación que habitara la tierra después del diluvio. Tu misión es construir una canoa, en la que te salvaras tú y el mundo. Tienes solo siete días para conseguirlo, y no podemos perder tiempo. Entonces le señaló un enorme chalate (árbol) a su derecha. Ella le dijo lo vas a tumbar y vas a construir la canoa como te lo indique.
Watakame, no dudo ni un solo instante, había echo del trabajo su vida, pero respetaba a los dioses y a los pocos hombres sabios que le había tocado conocer. De inmediato siguió las órdenes al pie de la letra, hizo todo lo que la anciana le había dicho, Escarbó en el enorme chalate hasta dar forma a una enorme y esplendida canoa, junto a todos los animales, recolectó las semillas de todas las plantas, incluida Tatuutsi Nakawe (el espíritu de la diosa tierra y de la fertilidad). Durante seis días y sus noches trabajo incansablemente bajo las rigurosas ordenes de la anciana. Algunas veces sus parpados rebeldes se cerraban incontinentes y la voz serena de la anciana se colaba hasta su cerebro, haciéndole despertar bruscamente. Pero al final del sexto día, cuando todo estaba casi listo, la anciana le dijo: Ve con tus hermanos y diles que se preparen a salvar su vida. Fue hasta donde estaban sus chozas y hablo con ellos, pero no le hicieron caso, al igual que en muchas otras ocasiones se burlaron de él y sus extraños hábitos. Le preguntaban irónicos: ¿Por qué construyes una canoa tan grande, donde no existe un río tan caudaloso para hacerla navegar? ¿Para qué quieres tantos animales y plantas hermano, no te basta con poseer toda la tierra hasta sus últimos confines? Sus hermanos habían comido por muchos años de su maíz y de su bondad. Tan trabajador y productivo era, que mucha gente había dejado de trabajar y se alimentaba de las abundantes cosechas de maíz que cada temporada recogía Watakame. Él sin inmutarse les contestaba: -Estoy haciendo esto porque Nakawe me lo ordenó porque el fin del mundo se acerca. Ellos divertidos se reían y le decían que estaba loco al decir semejante tontería, que el mundo se iba a acabar, esto no se puede acabar, decían, porque nunca ha estado mejor que hoy.
Watakame, regreso triste hasta donde se encontraba Nakawe, y le contó lo sucedido, después dedico sus esfuerzos a mejorar la canoa. Esa noche subió a la canoa todas las semillas y plantas que había juntado y los animales por si mismos fueron llegando y ocupando su lugar. Watakame se quedo profundamente dormido esa noche, hasta que en el amanecer del séptimo día le despertó una lluvia muy fina que filtraba a través de una pequeña fisura en el techo de su nave. Rápidamente se dio a la tarea de arreglar todas la goteras en su navío y se aseguro de que los alimentos, las semillas y los animales estuviesen seguros. En ese momento llegó Nakawe y le preguntó si había subido su perrita negra, y hasta ese momento recordó a su fiel y querida compañera y veloz corrió hasta su casa y la trajo en sus brazos. La pertinaz llovizna se había convertido en cerrada cortina de agua que oscurecía casi totalmente el día, el estruendo de los rayos rebotaban peligrosamente en su corazón acelerado y en cuanto ambos subieron a la canoa Nakawe cerró la puerta y se subió encima de la nave, y desde allí comenzó a guiarla entre los árboles del bosque, mientras era llevada por lo que en un minuto fue un riachuelo salido de quien sabe donde, y así minuto a minuto el riachuelo duplicó su caudal y se convirtió en furioso río, y después en profundo mar. la canoa se comenzó a elevar a medida que el caudal de agua se incrementaba, y cuando estuvo por encima de árboles, montañas y cordilleras dicen que se dirigió hacia el norte hasta tocar las paredes del cielo y luego regresó al sur al igual hasta tocar las paredes del sur, después al este y al oeste, para finalmente detenerse en el centro del mundo, sitio hoy conocido como Teakata, y donde todos los que han ido dicen que aún se encuentra la canoa en que se salvó el mundo. Fue ese lugar donde Watakame pisó tierra por primera mucho tiempo después de que termino el diluvio y el mundo fue creado otra vez. Nawake descendió primero que nadie de la canoa y dibujó un círculo con su bastón, el cuál dividió con rayas, mismas que de inmediato se transformaron en montes, valles, ríos, lagos y arroyos. Después tomó las semillas y de un soplido las regó por todo el planeta y así surgió el nuevo mundo. Los animales descendieron de la canoa y se dispersaron por el mundo, reproduciéndose rápida y prolíficamente. Watakame bajo el último de todos y detrás de él su perrita, pisándole los talones. Respiro profundamente el aire fresco del recién creado nuevo mundo, le dijo adiós a Nawake y regreso al único mundo conocido por él, el de su trabajo
No le costó mucho acostumbrarse a su nueva situación, construyó una choza como la antigua y dedico sus esfuerzos a cultivar su principal sustento el maíz de cien colores. Cierto día al caer la tarde, llegó a su casa y encontró tortillas y comida preparada. No tuvo fuerzas ni ganas de preguntarse quien le habría echo semejante favor. Devoró frenético la comida y aún el último bocado, se quedo atrapado entre sus dientes. Al día siguiente salió tan temprano que ni siquiera recordó lo ocurrido. Cuando regresó cansado como pocas veces en su vida, volvió a encontrar la comida preparada, y como la noche anterior, no termino de comerla toda, antes de caer rendido sobre la misma piel donde comía. Después de ese día no volvió a reparar en la cuestión de la comida y dio por echo, que así debería de ser. Pasaron los meses, hasta que una noche se le apareció Nakawe en sus sueños y le dijo:
-Si quieres saber quién es la persona que prepara tus alimentos debes espiar tu choza durante el día. Así lo hizo Watakame y se sorprendió de encontrarse que su perrita en cuanto el se iba se convertía en mujer y arreglaba su casa y cocinaba su comida. Se sorprendió mucho pero no dijo nada y regreso a casa esa noche como todos los otros días. Pero esa noche Nakawe volvió a surgir en sus sueños y esta vez le dijo: -¿Ya sabes que tu perrita se convierte en mujer y te guisa tus alimentos y cuida de tu hogar?. Pero para que ella se quede convertida en mujer y sea tu compañera por siempre, tu deberás de quemar su piel, cuando ella vaya al agua, y cuando regresa debes bañarla con el agua con que lava sus manos cuando tortea y así tendrás a una mujer para siempre... .
Al despertar Watakame, se quedo en su lecho reflexionando sobre su sueño, y se dio cuenta de que en toda su vida jamás había deseado nada, excepto trabajar, pero hoy que lo pensaba le gustaría tener una mujer y todo lo que ello implicaba. Pensó en su hogar, en su comida, en los niños, en la compañera y deseo con todas sus ganas tener una mujer a su lado. Se escondió en un rincón de su choza tapado con algunas pieles y espero. La perra, creyéndose sola, como por arte de magia se comenzó a quitar la piel quedando convertida en una hermosa mujer, de esplendida cabellera negra y grandes ojos color miel, momentos después salió por el agua, y cuando regreso torteo la masa para las tortillas, preparó la comida de ese día y volvió a colocarse su piel de animal. En un descuido de la perrita, Watakame salio de su escondite y fue hasta su parcela donde se quedo meditando todo el resto del día, hasta que fue el momento de regresar a casa. Se sentó en la mesa y comió todo lo que estaba frente a él.
Esa noche no durmió ni un solo instante y por la mañana fingió salir a trabajar y regreso a esconderse debajo de las pieles del rincón. La perrita confiada se quitó la piel y se dispuso a ir por agua al manantial, en cuanto salió el hombre como de rayo salió de su escondite, tomó su piel y lo arrojó al fuego debajo del comal, hasta la choza se escucharon los aullidos de la perra convertida en mujer, cuando ella bañada en sangre regreso a la casa, todavía aullaba lastimosamente, pero apenas hubo traspasado el umbral de la casa, Watakame la baño con el agua en que ella se enjuagaba sus manos y de inmediato la piel ensangrentada de la mujer se transformó en una suave y delicada cubierta que hacia aún más hermosa a la mujer. Los aullidos se transformaron rápidamente en quejidos o gemidos de mujer, y de esta forma nació la mujer de Watakame y la madre de todos los huicholes. La pareja vivió feliz, tuvo mucha familia y de ahí surgio el pueblo huichol, y hasta el día de hoy, aunque otras investigaciones digan otras cosas, los huicholes provenimos de una perrita y del señor labrador de la tierra llamado Watakame...
Watakame era un personaje apartado y misterioso, excesivamente trabajador y comprometido con su oficio. Cosecha tras cosecha ampliaba infatigable su parcela, desmontando el bosque circundante. Acostumbraba salir a trabajar muy temprano y una vez en su parcela unas pocas palabras mágicas bastaban para que cada uno de sus diez dedos se convirtiera en un fiel y tesonero ayudante. Todo en su pequeño mundo marchaba bien hasta el día en que llegó a las márgenes de su predio y se encontró con que los árboles que había tumbado la jornada anterior estaban de nueva cuenta en pie. Se rasco la cabeza, desconcertado y sin decir nada se avoco con sus diez ayudantes a cortarlos otra vez.
Regresó a su casa bien entrada la tarde y después de comer se durmió profundamente, sin soñar absolutamente nada. La siguiente mañana despertó cuando el sol apenas se desperezaba tras las montañas y al igual que cada uno de los días de su vida se dirigió a su trabajo. Se encontró por segunda vez que todo se había levantado y pensó: -Esto esta muy raro. Su vida había sido siempre tan regular que nunca había tenido que pensar con detenimiento en ninguna situación como esa.
Revisó cuidadosamente el lugar, para cerciorarse que no se había equivocado de sitio. Cuando finalmente se rindió ante la contundente evidencia, se recostó bajo la sombra de un esplendido mezquite para clarificar sus pensamientos.
Un par de horas desgranaron sus segundos hasta que finalmente un idea cruzó brillante por su cerebro. Voy a averiguar qué es lo que está pasando, me voy a quedar a espiar y así lo hizo. Ese día trabajo más arduamente que cualquier otro día de su vida y cuando la tarde se fue muriendo entre los jilotes y las mazorcas de su sembradío, no fue a su casa. Se escondió entre los arbustos y esperó para ver qué sucedía. Jamás en su vida había tenido que esperar por nada, todo llegaba exacto en su momento y su vida era tan perfecta como la de un reloj. No habían pasado diez minutos cuando ya estaba desesperado y todo le molestaba en derredor suyo. De repente de entre la nada apareció una anciana con un bastón, se paró en el centro de los árboles recién derribados, levantó su bastón y apuntó hacia los cinco puntos cardinales: Hauxamanakaa, Cerro Gordo, Durango. (norte); Xapawiyeme, Chapala, Jal. (Sur); (Wirikuta) Real de Catorce, S. L. P. (este) (Tatei Haramara) San Blas, Nay. (Oeste) Y el centro (Teakata) Una vez que la anciana hubo terminado de levantar su bastón en todas esas direcciones, todas las plantas y árboles cortadas durante la faena, regresaron a su lugar. Al ver esto, Watakame enfurecido, salió de donde se escondía con su machete en la mano dispuesta a acabar con la vida de la indolente anciana. Cuando ella le vio acercarse, con su brazo le indicó detenerse y le dijo:
-Watakame, todo tu trabajo aquí es estéril, porque el fin del mundo se acerca. Yo soy Nakawe, él espíritu de la diosa tierra y de la fertilidad. Estoy aquí para anunciarte que eres el elegido para salvarse y ser el creador de la futura generación que habitara la tierra después del diluvio. Tu misión es construir una canoa, en la que te salvaras tú y el mundo. Tienes solo siete días para conseguirlo, y no podemos perder tiempo. Entonces le señaló un enorme chalate (árbol) a su derecha. Ella le dijo lo vas a tumbar y vas a construir la canoa como te lo indique.
Watakame, no dudo ni un solo instante, había echo del trabajo su vida, pero respetaba a los dioses y a los pocos hombres sabios que le había tocado conocer. De inmediato siguió las órdenes al pie de la letra, hizo todo lo que la anciana le había dicho, Escarbó en el enorme chalate hasta dar forma a una enorme y esplendida canoa, junto a todos los animales, recolectó las semillas de todas las plantas, incluida Tatuutsi Nakawe (el espíritu de la diosa tierra y de la fertilidad). Durante seis días y sus noches trabajo incansablemente bajo las rigurosas ordenes de la anciana. Algunas veces sus parpados rebeldes se cerraban incontinentes y la voz serena de la anciana se colaba hasta su cerebro, haciéndole despertar bruscamente. Pero al final del sexto día, cuando todo estaba casi listo, la anciana le dijo: Ve con tus hermanos y diles que se preparen a salvar su vida. Fue hasta donde estaban sus chozas y hablo con ellos, pero no le hicieron caso, al igual que en muchas otras ocasiones se burlaron de él y sus extraños hábitos. Le preguntaban irónicos: ¿Por qué construyes una canoa tan grande, donde no existe un río tan caudaloso para hacerla navegar? ¿Para qué quieres tantos animales y plantas hermano, no te basta con poseer toda la tierra hasta sus últimos confines? Sus hermanos habían comido por muchos años de su maíz y de su bondad. Tan trabajador y productivo era, que mucha gente había dejado de trabajar y se alimentaba de las abundantes cosechas de maíz que cada temporada recogía Watakame. Él sin inmutarse les contestaba: -Estoy haciendo esto porque Nakawe me lo ordenó porque el fin del mundo se acerca. Ellos divertidos se reían y le decían que estaba loco al decir semejante tontería, que el mundo se iba a acabar, esto no se puede acabar, decían, porque nunca ha estado mejor que hoy.
Watakame, regreso triste hasta donde se encontraba Nakawe, y le contó lo sucedido, después dedico sus esfuerzos a mejorar la canoa. Esa noche subió a la canoa todas las semillas y plantas que había juntado y los animales por si mismos fueron llegando y ocupando su lugar. Watakame se quedo profundamente dormido esa noche, hasta que en el amanecer del séptimo día le despertó una lluvia muy fina que filtraba a través de una pequeña fisura en el techo de su nave. Rápidamente se dio a la tarea de arreglar todas la goteras en su navío y se aseguro de que los alimentos, las semillas y los animales estuviesen seguros. En ese momento llegó Nakawe y le preguntó si había subido su perrita negra, y hasta ese momento recordó a su fiel y querida compañera y veloz corrió hasta su casa y la trajo en sus brazos. La pertinaz llovizna se había convertido en cerrada cortina de agua que oscurecía casi totalmente el día, el estruendo de los rayos rebotaban peligrosamente en su corazón acelerado y en cuanto ambos subieron a la canoa Nakawe cerró la puerta y se subió encima de la nave, y desde allí comenzó a guiarla entre los árboles del bosque, mientras era llevada por lo que en un minuto fue un riachuelo salido de quien sabe donde, y así minuto a minuto el riachuelo duplicó su caudal y se convirtió en furioso río, y después en profundo mar. la canoa se comenzó a elevar a medida que el caudal de agua se incrementaba, y cuando estuvo por encima de árboles, montañas y cordilleras dicen que se dirigió hacia el norte hasta tocar las paredes del cielo y luego regresó al sur al igual hasta tocar las paredes del sur, después al este y al oeste, para finalmente detenerse en el centro del mundo, sitio hoy conocido como Teakata, y donde todos los que han ido dicen que aún se encuentra la canoa en que se salvó el mundo. Fue ese lugar donde Watakame pisó tierra por primera mucho tiempo después de que termino el diluvio y el mundo fue creado otra vez. Nawake descendió primero que nadie de la canoa y dibujó un círculo con su bastón, el cuál dividió con rayas, mismas que de inmediato se transformaron en montes, valles, ríos, lagos y arroyos. Después tomó las semillas y de un soplido las regó por todo el planeta y así surgió el nuevo mundo. Los animales descendieron de la canoa y se dispersaron por el mundo, reproduciéndose rápida y prolíficamente. Watakame bajo el último de todos y detrás de él su perrita, pisándole los talones. Respiro profundamente el aire fresco del recién creado nuevo mundo, le dijo adiós a Nawake y regreso al único mundo conocido por él, el de su trabajo
No le costó mucho acostumbrarse a su nueva situación, construyó una choza como la antigua y dedico sus esfuerzos a cultivar su principal sustento el maíz de cien colores. Cierto día al caer la tarde, llegó a su casa y encontró tortillas y comida preparada. No tuvo fuerzas ni ganas de preguntarse quien le habría echo semejante favor. Devoró frenético la comida y aún el último bocado, se quedo atrapado entre sus dientes. Al día siguiente salió tan temprano que ni siquiera recordó lo ocurrido. Cuando regresó cansado como pocas veces en su vida, volvió a encontrar la comida preparada, y como la noche anterior, no termino de comerla toda, antes de caer rendido sobre la misma piel donde comía. Después de ese día no volvió a reparar en la cuestión de la comida y dio por echo, que así debería de ser. Pasaron los meses, hasta que una noche se le apareció Nakawe en sus sueños y le dijo:
-Si quieres saber quién es la persona que prepara tus alimentos debes espiar tu choza durante el día. Así lo hizo Watakame y se sorprendió de encontrarse que su perrita en cuanto el se iba se convertía en mujer y arreglaba su casa y cocinaba su comida. Se sorprendió mucho pero no dijo nada y regreso a casa esa noche como todos los otros días. Pero esa noche Nakawe volvió a surgir en sus sueños y esta vez le dijo: -¿Ya sabes que tu perrita se convierte en mujer y te guisa tus alimentos y cuida de tu hogar?. Pero para que ella se quede convertida en mujer y sea tu compañera por siempre, tu deberás de quemar su piel, cuando ella vaya al agua, y cuando regresa debes bañarla con el agua con que lava sus manos cuando tortea y así tendrás a una mujer para siempre... .
Al despertar Watakame, se quedo en su lecho reflexionando sobre su sueño, y se dio cuenta de que en toda su vida jamás había deseado nada, excepto trabajar, pero hoy que lo pensaba le gustaría tener una mujer y todo lo que ello implicaba. Pensó en su hogar, en su comida, en los niños, en la compañera y deseo con todas sus ganas tener una mujer a su lado. Se escondió en un rincón de su choza tapado con algunas pieles y espero. La perra, creyéndose sola, como por arte de magia se comenzó a quitar la piel quedando convertida en una hermosa mujer, de esplendida cabellera negra y grandes ojos color miel, momentos después salió por el agua, y cuando regreso torteo la masa para las tortillas, preparó la comida de ese día y volvió a colocarse su piel de animal. En un descuido de la perrita, Watakame salio de su escondite y fue hasta su parcela donde se quedo meditando todo el resto del día, hasta que fue el momento de regresar a casa. Se sentó en la mesa y comió todo lo que estaba frente a él.
Esa noche no durmió ni un solo instante y por la mañana fingió salir a trabajar y regreso a esconderse debajo de las pieles del rincón. La perrita confiada se quitó la piel y se dispuso a ir por agua al manantial, en cuanto salió el hombre como de rayo salió de su escondite, tomó su piel y lo arrojó al fuego debajo del comal, hasta la choza se escucharon los aullidos de la perra convertida en mujer, cuando ella bañada en sangre regreso a la casa, todavía aullaba lastimosamente, pero apenas hubo traspasado el umbral de la casa, Watakame la baño con el agua en que ella se enjuagaba sus manos y de inmediato la piel ensangrentada de la mujer se transformó en una suave y delicada cubierta que hacia aún más hermosa a la mujer. Los aullidos se transformaron rápidamente en quejidos o gemidos de mujer, y de esta forma nació la mujer de Watakame y la madre de todos los huicholes. La pareja vivió feliz, tuvo mucha familia y de ahí surgio el pueblo huichol, y hasta el día de hoy, aunque otras investigaciones digan otras cosas, los huicholes provenimos de una perrita y del señor labrador de la tierra llamado Watakame...
Tacho..