“Two mexicans aliens were shot last night at the crossing point by officers of the border patrol no charges were formulated” The San Diego Tribune, May 9, 1989
San Diego la ciudad pez, la ciudad camino, la ciudad que se envuelve en las madrugadas del aliento que respira el mar, y que llena sus calles con los pasos de quienes buscan en sigilo, la ruta que los hará llenar todos y cada uno de sus sueños. Sueños que nunca despiertan, que se quedan colgados de la aguja del último viaje, después de todo una vida de mendicidades; sueños que atraviesan inmensas llanuras y que se quedan recostados debajo de la mesa, añorando los cielos infinitos dónde crecían sin una cerca de púas, sin la maldita obsesión de salir corriendo en pos de una mentira. San Diego vuelve todos los días a recobrar la parsimonia, a llenar las noticias de los diarios con la total indiferencia de quien se ha acostumbrado a lo inaudito, lleva en sus entrañas la sal de nuestras muertes gritadas, apaleadas, destrozadas entre miles de huellas que borran la sangre en una carrera sin sentido.
Sólo después de que la noche madura, salimos como sombras con nuestros pasos vacilantes a olfatear ese aire que nos obsequia el mar, y que a veces es la última fragancia y la última de nuestras noches. Fue en una de tantas que llegaste a mi, la necesidad hizo que te acercaras, había en tu rostro ese signo de la persecución que tan fácilmente nos identifica. Me dijiste que estabas medio muerto de hambre que si no podría por caridad darte algo para comer.
Tus ropas y tus zapatos, impregnados de semanas de viaje, gritaban que venías desde muy lejos, comiste y al poco empezaste a hablar, con palabras que nosotros ya conocíamos porque en cada uno, en algún tiempo, estuvo alguien como tú. ¿Cómo no recordar nuestra primera vez? Cuando caminábamos siguiendo los senderos del norte, las cañadas, los pantanos, las primeras casas que siempre tenían un perro para darnos la bienvenida.
En tus palabras que eran sólo un manchón en mi memoria, recordaba como habías llegado hasta aquí, y volvía a sentirme el niño perseguido que una vez cruzó la frontera y que sólo con tiempo se fue acostumbrando al acoso, pero tus palabras volvían a restregarme la verdad de la que estaban hechas nuestras vidas; en esa franja de tierra que separa mundos tan disímbolos estaban las semillas de la batalla que seguían creciendo en el taller, en la fábrica, en las escuelas, germinando como una peste cotidiana que te iba acorralando contra la pared, en medio de un transcurrir de pequeñas muertas que nos llenaban con la más espantosa de las confusiones mientras que algo pasaba y regresábamos a la paz, imaginando nuestras casas en el sur, en nuestro “rancho” en nuestro “otro lado”.
En tus palabras volvían a renacer los mundos para los cuales fue inventado el regreso, porque sólo se desea regresar cuando descubrimos que el paraíso es invención, y cuando entre las noticias de los periódicos sabía que alguien como tú, como yo, moría en esa tierra que nos dividía dejando el regreso para ningún tiempo, entonces guardaba el recorte, sólo para no olvidar que era parte de eso, de quienes cruzan las fronteras, aunque lo hiciera con ropa limpia y con el estómago lleno.
Cuando me dijiste que sólo habías despertado el enojo de tu perseguidor al intentar escapar, y que desde tu caída él se aproximó satisfecho y sudoroso, tú no sabía que te rondaba la muerte y cuando él sacó su navaja, y te la arrojó para que la tomaras, nada más la miraste y te cruzaste de brazos.
Ahora que estás frente a mí y me preguntas que si te hubiera matado, yo te contesto que sí, que si la hubieras tomado a estas alturas estarías muerto, y que además yo ya lo sabría, porque sin duda serías uno más de mis recortes, lo que nunca hubiera podido imaginar es que la muerte tuviera tantas ventajas en una tierra que alguna vez fue nuestra.
Hawkmoon
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