Saturday, December 8, 2007


El sueño del puñal

Hay muchas formas de morir, Nazario lo hacía en silencio, sin quejarse; oyó campanadas muy lejos, aunque estaba tendido en el atrio de la iglesia, justo debajo del naranjo, oliendo el azahar y su sangre. Volvió a oír el tañir más lejano y entendió que se despedía de la vida. Sintió una punzada en la espalda; la herida se enfriaba y el puñal seguía clavado en la carne cortada; lleno de sangre, tranquilo, cumpliendo su objetivo infame, o tal vez infame, porque al fin y al cabo ese es el destino de los puñales y tarde o temprano lo cumplen y no pocos lo repiten. Los puñales son inmortales y algo irremediable, algunos son cobardes, ¿ o los hombres son los cobardes? Se sueñan de rojo y el sueño lo recogen de los hombres, y estos sueñan sangre y otras cosas, pero los puñales sólo sueñan rojo porque los hombres cuando los sueñan, los sueñan ensangrentados. Nazario nunca soñó puñales, él soñaba su tierra y su mujer, por eso, para el que tenía clavado en la espalda, fue sencillo cumplir su destino y para el hombre, realizar su cobardía.

* * *

Los dos caballos, con su paso rápido, soportaban a sus jinetes con una furia contenida mascullando el freno cada vez que les clavaban las espuelas en los flancos.
-¿Quiénes son esos dos que nos encontramos? –preguntó el del caballo azabache.
-Nazario y su mujer, Patrón.
-Bonita mujer ¿Eh? ¿Y que hace ese tal Nazario?
-Cultivar la tierra ¿Qué más podría hacer?
-Esa mujer es casi una niña.
-Nazario también es muy joven, tienen poco de casados.
-Bonita mujer-repitió y clavó las espuelas al azabache.
- J aja ja ya le gustó Patrón.
Llegaron al portón de la casa y desmontaron.

* * *
-¿Conoces al Patrón?
-Sólo de vista, nunca he platicado con él ¿Por qué lo preguntas?
-Por nada; dicen que es un mal hombre.
-Sí, eso dicen y te voy a decir algo, siempre que lo veo venir, si puedo, me voy por otro lado, o agacho la vista, creo que le tengo miedo.
-¿Le tienes miedo?
-Sí.
-¿Te ha hecho algo?
-No, es por lo que dicen.
-Yo también le tengo miedo- dijo Fátima y siguió comiendo frijoles.
Estaba en una mecedora de mimbre, reposando la cabeza en el respaldo y contemplando el río, que lento, se perdía entre los álamos y los pirules.
-Me mandó llamar, Patrón- le preguntaron.
-Sí- respondió y enderezó la cabeza- ¿Te acuerdas de Nazario?
-¿El que nos encontramos el otro día cuando veníamos de los potreros?
-El mismo. ¿Ha dicho algo de mí?
-No Patrón, él nunca dice nada.
-Acuérdate debe haber dicho algo, todos en este pueblo lo han hecho alguna vez.
-A ver … déjeme ver.
-Acuérdate bien y verás.
-Creo que una vez dijo que le gustaría matarlo. Estaba borracho –mintió y el otro sabía que lo hacía.
-Así que eso dijo ¿Te gustaría tener su tierra?
-Que pregunta, es de las mejores.
-Si él me quiere matar, lo mejor es que me adelante – tenía en la cabeza los ojos claros de Fátima -¿No crees? – y su pelo castaño -. Así que encárgate de él lo más pronto que puedas –y su cuerpo delgado.

* * *

El hombre besó a la mujer; y la mujer se estremeció, más que por el beso, tal vez por un presentimiento… y la mujer besó al beso del hombre y lo sintió tierno, más que la luna cuando apenas es una raya oblicua en el cielo… pasaron la noche abrazados, desnudos.

-Nazario –dijo la mujer; no te levantes todavía, espérame y al mediodía iremos juntos a misa.
-Sabes que me gusta ir a esta hora – le contestó poniéndose el pantalón; si quieres vuelvo, a ir contigo – se abrochó el cinturón, se sentó al borde de la cama y se agachó buscando las botas, sin ver-, sería mejor que me esperaras- fijo Fátima tratando de convencerlo –tengo un poco de miedo.
-No te preocupes, todas las mujeres lo tienen –abrió la puerta y aspiró, le gustaba respirar la primera mañana y esa vez estaba ya un poco pasada-. Vendré pronto, si quieres quédate otro rato acostada- cerró la puerta, oyó bifar al caballo y bajo el cielo ralo de estrellas se dirigió a la iglesia, llegaría antes que dieran la primera.

* * *

-Lo está esperando, Patrón, no quiere venir.
-Esta bien –aflojó la rienda y golpeó con la palma de la mano la enanca del caballo.
-Buenos días Fátima.
La mujer se encontraba al otro lado de la cerca de piedras.
-¿Conoce mi nombre?
-Claro ¿Quién no lo conoce?
-Si busca a Nazario no está.
-Te busco a ti.
-¿A mí? ¿Para qué?
-Para que te vayas conmigo y seas mi mujer.
-Yo ya tengo hombre.
-No, no tienes, lo acaban de matar. Le clavaron un puñal en la espalda.
-¿Y usted cómo lo sabe? –vio por el callejón a la beata que venía subiendo apresuradamente. No tuvo tiempo de sentir dolor. Se encaró con el hombre-. Espere un poco voy por mis cosas.
-¿Para qué? Yo te daré lo que quieras, súbete al caballo –dijo el hombre apresurándola.
-Déjeme ir por mi rosario para rezar algo por Nazario, para sentirme menos culpable ¿Entiende? –entró a la cocina y volvió envuelta en un rebozo multicolor, subió a la cerca y se acomodó en la enanca del azabache-.Estoy lista, no vayas muy aprisa porque puedo caer.
-Abrázate de mí –sugirió-; y en el abrazo sintió el filo del puñal que lo degolló, como un gusano quemador; la cabeza le cayó sobre el pecho, tenía los ojos abiertos; lo último que pensó fue que la sangre que escurría por la camisa era el sueño rojo de un puñal. Siguió cabalgando, muerto.

Pinto

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