El sueño del puñal
Hay muchas formas de morir, Nazario lo hacía en silencio, sin quejarse; oyó campanadas muy lejos, aunque estaba tendido en el atrio de la iglesia, justo debajo del naranjo, oliendo el azahar y su sangre. Volvió a oír el tañir más lejano y entendió que se despedía de la vida. Sintió una punzada en la espalda; la herida se enfriaba y el puñal seguía clavado en la carne cortada; lleno de sangre, tranquilo, cumpliendo su objetivo infame, o tal vez infame, porque al fin y al cabo ese es el destino de los puñales y tarde o temprano lo cumplen y no pocos lo repiten. Los puñales son inmortales y algo irremediable, algunos son cobardes, ¿ o los hombres son los cobardes? Se sueñan de rojo y el sueño lo recogen de los hombres, y estos sueñan sangre y otras cosas, pero los puñales sólo sueñan rojo porque los hombres cuando los sueñan, los sueñan ensangrentados. Nazario nunca soñó puñales, él soñaba su tierra y su mujer, por eso, para el que tenía clavado en la espalda, fue sencillo cumplir su destino y para el hombre, realizar su cobardía.
* * *
Los dos caballos, con su paso rápido, soportaban a sus jinetes con una furia contenida mascullando el freno cada vez que les clavaban las espuelas en los flancos.
-¿Quiénes son esos dos que nos encontramos? –preguntó el del caballo azabache.
-Nazario y su mujer, Patrón.
-Bonita mujer ¿Eh? ¿Y que hace ese tal Nazario?
-Cultivar la tierra ¿Qué más podría hacer?
-Esa mujer es casi una niña.
-Nazario también es muy joven, tienen poco de casados.
-Bonita mujer-repitió y clavó las espuelas al azabache.
- J aja ja ya le gustó Patrón.
Llegaron al portón de la casa y desmontaron.
* * *
-¿Conoces al Patrón?
-Sólo de vista, nunca he platicado con él ¿Por qué lo preguntas?
-Por nada; dicen que es un mal hombre.
-Sí, eso dicen y te voy a decir algo, siempre que lo veo venir, si puedo, me voy por otro lado, o agacho la vista, creo que le tengo miedo.
-¿Le tienes miedo?
-Sí.
-¿Te ha hecho algo?
-No, es por lo que dicen.
-Yo también le tengo miedo- dijo Fátima y siguió comiendo frijoles.
Estaba en una mecedora de mimbre, reposando la cabeza en el respaldo y contemplando el río, que lento, se perdía entre los álamos y los pirules.
-Me mandó llamar, Patrón- le preguntaron.
-Sí- respondió y enderezó la cabeza- ¿Te acuerdas de Nazario?
-¿El que nos encontramos el otro día cuando veníamos de los potreros?
-El mismo. ¿Ha dicho algo de mí?
-No Patrón, él nunca dice nada.
-Acuérdate debe haber dicho algo, todos en este pueblo lo han hecho alguna vez.
-A ver … déjeme ver.
-Acuérdate bien y verás.
-Creo que una vez dijo que le gustaría matarlo. Estaba borracho –mintió y el otro sabía que lo hacía.
-Así que eso dijo ¿Te gustaría tener su tierra?
-Que pregunta, es de las mejores.
-Si él me quiere matar, lo mejor es que me adelante – tenía en la cabeza los ojos claros de Fátima -¿No crees? – y su pelo castaño -. Así que encárgate de él lo más pronto que puedas –y su cuerpo delgado.
* * *
El hombre besó a la mujer; y la mujer se estremeció, más que por el beso, tal vez por un presentimiento… y la mujer besó al beso del hombre y lo sintió tierno, más que la luna cuando apenas es una raya oblicua en el cielo… pasaron la noche abrazados, desnudos.
-Nazario –dijo la mujer; no te levantes todavía, espérame y al mediodía iremos juntos a misa.
-Sabes que me gusta ir a esta hora – le contestó poniéndose el pantalón; si quieres vuelvo, a ir contigo – se abrochó el cinturón, se sentó al borde de la cama y se agachó buscando las botas, sin ver-, sería mejor que me esperaras- fijo Fátima tratando de convencerlo –tengo un poco de miedo.
-No te preocupes, todas las mujeres lo tienen –abrió la puerta y aspiró, le gustaba respirar la primera mañana y esa vez estaba ya un poco pasada-. Vendré pronto, si quieres quédate otro rato acostada- cerró la puerta, oyó bifar al caballo y bajo el cielo ralo de estrellas se dirigió a la iglesia, llegaría antes que dieran la primera.
* * *
-Lo está esperando, Patrón, no quiere venir.
-Esta bien –aflojó la rienda y golpeó con la palma de la mano la enanca del caballo.
-Buenos días Fátima.
La mujer se encontraba al otro lado de la cerca de piedras.
-¿Conoce mi nombre?
-Claro ¿Quién no lo conoce?
-Si busca a Nazario no está.
-Te busco a ti.
-¿A mí? ¿Para qué?
-Para que te vayas conmigo y seas mi mujer.
-Yo ya tengo hombre.
-No, no tienes, lo acaban de matar. Le clavaron un puñal en la espalda.
-¿Y usted cómo lo sabe? –vio por el callejón a la beata que venía subiendo apresuradamente. No tuvo tiempo de sentir dolor. Se encaró con el hombre-. Espere un poco voy por mis cosas.
-¿Para qué? Yo te daré lo que quieras, súbete al caballo –dijo el hombre apresurándola.
-Déjeme ir por mi rosario para rezar algo por Nazario, para sentirme menos culpable ¿Entiende? –entró a la cocina y volvió envuelta en un rebozo multicolor, subió a la cerca y se acomodó en la enanca del azabache-.Estoy lista, no vayas muy aprisa porque puedo caer.
-Abrázate de mí –sugirió-; y en el abrazo sintió el filo del puñal que lo degolló, como un gusano quemador; la cabeza le cayó sobre el pecho, tenía los ojos abiertos; lo último que pensó fue que la sangre que escurría por la camisa era el sueño rojo de un puñal. Siguió cabalgando, muerto.
Pinto
Hay muchas formas de morir, Nazario lo hacía en silencio, sin quejarse; oyó campanadas muy lejos, aunque estaba tendido en el atrio de la iglesia, justo debajo del naranjo, oliendo el azahar y su sangre. Volvió a oír el tañir más lejano y entendió que se despedía de la vida. Sintió una punzada en la espalda; la herida se enfriaba y el puñal seguía clavado en la carne cortada; lleno de sangre, tranquilo, cumpliendo su objetivo infame, o tal vez infame, porque al fin y al cabo ese es el destino de los puñales y tarde o temprano lo cumplen y no pocos lo repiten. Los puñales son inmortales y algo irremediable, algunos son cobardes, ¿ o los hombres son los cobardes? Se sueñan de rojo y el sueño lo recogen de los hombres, y estos sueñan sangre y otras cosas, pero los puñales sólo sueñan rojo porque los hombres cuando los sueñan, los sueñan ensangrentados. Nazario nunca soñó puñales, él soñaba su tierra y su mujer, por eso, para el que tenía clavado en la espalda, fue sencillo cumplir su destino y para el hombre, realizar su cobardía.
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Los dos caballos, con su paso rápido, soportaban a sus jinetes con una furia contenida mascullando el freno cada vez que les clavaban las espuelas en los flancos.
-¿Quiénes son esos dos que nos encontramos? –preguntó el del caballo azabache.
-Nazario y su mujer, Patrón.
-Bonita mujer ¿Eh? ¿Y que hace ese tal Nazario?
-Cultivar la tierra ¿Qué más podría hacer?
-Esa mujer es casi una niña.
-Nazario también es muy joven, tienen poco de casados.
-Bonita mujer-repitió y clavó las espuelas al azabache.
- J aja ja ya le gustó Patrón.
Llegaron al portón de la casa y desmontaron.
* * *
-¿Conoces al Patrón?
-Sólo de vista, nunca he platicado con él ¿Por qué lo preguntas?
-Por nada; dicen que es un mal hombre.
-Sí, eso dicen y te voy a decir algo, siempre que lo veo venir, si puedo, me voy por otro lado, o agacho la vista, creo que le tengo miedo.
-¿Le tienes miedo?
-Sí.
-¿Te ha hecho algo?
-No, es por lo que dicen.
-Yo también le tengo miedo- dijo Fátima y siguió comiendo frijoles.
Estaba en una mecedora de mimbre, reposando la cabeza en el respaldo y contemplando el río, que lento, se perdía entre los álamos y los pirules.
-Me mandó llamar, Patrón- le preguntaron.
-Sí- respondió y enderezó la cabeza- ¿Te acuerdas de Nazario?
-¿El que nos encontramos el otro día cuando veníamos de los potreros?
-El mismo. ¿Ha dicho algo de mí?
-No Patrón, él nunca dice nada.
-Acuérdate debe haber dicho algo, todos en este pueblo lo han hecho alguna vez.
-A ver … déjeme ver.
-Acuérdate bien y verás.
-Creo que una vez dijo que le gustaría matarlo. Estaba borracho –mintió y el otro sabía que lo hacía.
-Así que eso dijo ¿Te gustaría tener su tierra?
-Que pregunta, es de las mejores.
-Si él me quiere matar, lo mejor es que me adelante – tenía en la cabeza los ojos claros de Fátima -¿No crees? – y su pelo castaño -. Así que encárgate de él lo más pronto que puedas –y su cuerpo delgado.
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El hombre besó a la mujer; y la mujer se estremeció, más que por el beso, tal vez por un presentimiento… y la mujer besó al beso del hombre y lo sintió tierno, más que la luna cuando apenas es una raya oblicua en el cielo… pasaron la noche abrazados, desnudos.
-Nazario –dijo la mujer; no te levantes todavía, espérame y al mediodía iremos juntos a misa.
-Sabes que me gusta ir a esta hora – le contestó poniéndose el pantalón; si quieres vuelvo, a ir contigo – se abrochó el cinturón, se sentó al borde de la cama y se agachó buscando las botas, sin ver-, sería mejor que me esperaras- fijo Fátima tratando de convencerlo –tengo un poco de miedo.
-No te preocupes, todas las mujeres lo tienen –abrió la puerta y aspiró, le gustaba respirar la primera mañana y esa vez estaba ya un poco pasada-. Vendré pronto, si quieres quédate otro rato acostada- cerró la puerta, oyó bifar al caballo y bajo el cielo ralo de estrellas se dirigió a la iglesia, llegaría antes que dieran la primera.
* * *
-Lo está esperando, Patrón, no quiere venir.
-Esta bien –aflojó la rienda y golpeó con la palma de la mano la enanca del caballo.
-Buenos días Fátima.
La mujer se encontraba al otro lado de la cerca de piedras.
-¿Conoce mi nombre?
-Claro ¿Quién no lo conoce?
-Si busca a Nazario no está.
-Te busco a ti.
-¿A mí? ¿Para qué?
-Para que te vayas conmigo y seas mi mujer.
-Yo ya tengo hombre.
-No, no tienes, lo acaban de matar. Le clavaron un puñal en la espalda.
-¿Y usted cómo lo sabe? –vio por el callejón a la beata que venía subiendo apresuradamente. No tuvo tiempo de sentir dolor. Se encaró con el hombre-. Espere un poco voy por mis cosas.
-¿Para qué? Yo te daré lo que quieras, súbete al caballo –dijo el hombre apresurándola.
-Déjeme ir por mi rosario para rezar algo por Nazario, para sentirme menos culpable ¿Entiende? –entró a la cocina y volvió envuelta en un rebozo multicolor, subió a la cerca y se acomodó en la enanca del azabache-.Estoy lista, no vayas muy aprisa porque puedo caer.
-Abrázate de mí –sugirió-; y en el abrazo sintió el filo del puñal que lo degolló, como un gusano quemador; la cabeza le cayó sobre el pecho, tenía los ojos abiertos; lo último que pensó fue que la sangre que escurría por la camisa era el sueño rojo de un puñal. Siguió cabalgando, muerto.
Pinto
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